Cultivar la Proximidad Sagrada
La presencia de Dios no es un evento: es una relación que exige atención, hambre y reverencia
“Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes”
Santiago 4:8 (NVI)
Hay distancias que no se miden en metros, sino en ausencias. No porque Dios se haya ido, sino porque nosotros hemos dejado de buscarlo. En el silencio de muchas almas cristianas hoy, resuena una ausencia no reconocida: la lejanía de quien se ha acostumbrado a estar cerca… sin entrar.
Dios no está lejos. Nunca lo ha estado. Pero su presencia no se despliega en automático, ni se impone. Se ofrece. Se deja encontrar por los que lo buscan con todo el corazón. Y esa búsqueda, en nuestra generación, ha perdido su lugar sagrado.
Vivimos saturados de ruido espiritual. Pero pocos caminan en comunión. Muchos creen… pero pocos se rinden. Muchos oran… pero pocos permanecen. Y sin darnos cuenta, confundimos accesibilidad con familiaridad, y cercanía con costumbre. Olvidamos que lo sagrado se cultiva. Que la presencia se honra. Que la santidad no es un evento, sino una atmósfera que nace de la intimidad sostenida.
Santiago 4:8 no es una fórmula mágica. Es un principio eterno. “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes.” ¿Por qué nos cuesta tanto creerlo? Tal vez porque acercarse a Dios implica detenerse. Y detenernos implica confrontar el silencio, las heridas, las resistencias internas… y a veces incluso los ídolos que hemos acomodado con elegancia en el altar del alma.
Cultivar la cercanía con Dios no comienza con un calendario nuevo o una disciplina más estricta. Comienza con hambre. Con decirle al Espíritu: “Despiértame.” Y luego, seguirlo a donde Él lleve. A veces será a la Palabra que arde. A veces al susurro que redime. A veces al quebranto que limpia. Y muchas veces… al silencio que transforma.
La santidad de Dios no se entiende. Se contempla. Se recibe. Y solo puede habitar en un corazón que ha aprendido a desacelerar para escuchar. No para pedir. No para impresionar. Solo para estar. La cercanía no se improvisa. Se cultiva como se cuida una brasa: con reverencia, con intención, con ternura. Se protege de los vientos del alma apresurada. Se aviva con la madera de la Palabra. Se sostiene con el aceite del Espíritu.
¿Y tú?
¿Has hecho espacio para el Dios que quiere acercarse?
¿Tu búsqueda es constante o estacional?
¿Tu hambre es genuina o funcional?
No se trata de cuántos capítulos lees ni de cuántos minutos oras. Se trata de si tu alma aún tiembla cuando Él se acerca. De si aún sabes reconocer el crujir de su voz en medio del bullicio del mundo. De si has aprendido a decir: “Aquí estoy… sin prisas, sin filtros, sin exigencias. Solo quiero estar contigo.”
Oración contemplativa:
Espíritu Santo,
Enséñame a cultivar la cercanía.
No quiero visitarte… quiero habitar contigo.
No quiero buscarte solo cuando duele… sino porque eres suficiente.
Que mi alma sea tu altar.
Que mis días respiren tu nombre.
Que tu presencia no sea un recuerdo, sino una habitación constante.
Ven, y haz de mí tu morada.
Amén.