Serie: Cuando Dios Habla Primero
Subtítulo: Siete llamadas sagradas para volver a caminar con Él
Entrada 6: Cumple lo que Él te muestra
La plenitud no está en el inicio, sino en la fidelidad
Hay momentos en que la revelación no requiere más oración, sino acción. Cuando Dios ha hablado, el alma ya no necesita entender más, sino dar el paso que le corresponde. La fe, si es verdadera, termina siempre en obediencia visible.
Cuando el Señor nos habla, nos revela, nos guía, el siguiente paso no es acumular lo dicho, ni coleccionar impresiones espirituales como si fueran trofeos del alma. El siguiente paso es cumplir. Cumplir no como quien se resigna, sino como quien participa. Como quien ha sido incluido en un plan que lo trasciende, pero que lo honra al llamarlo por nombre.
“Por tanto, obedecerás al SEÑOR tu Dios, y cumplirás sus mandamientos y sus estatutos que te ordeno hoy.” (Deuteronomio 27:10, LBLA). Hoy. No mañana. No cuando sea conveniente. No cuando tengas garantías de éxito. Hoy.
Cumplir lo que Dios ha mostrado es sellar el pacto con hechos. Es encarnar la obediencia. Es decirle al Espíritu Santo: Creo tanto en tu voz, que mis actos la reflejarán.
Hay quienes viven en el umbral eterno de lo casi hecho. Saben qué deben hacer. Saben qué deben rendir. Han sentido la convicción, han escuchado la voz, han recibido la confirmación. Pero siguen esperando algo más. Una señal más. Un empujón. Una paz completa. Una eliminación total del miedo. Y como eso no llega, postergan. Se detienen. Se esconden detrás de la espiritualidad que escucha pero no actúa.
Pero la fe madura no espera la desaparición del temor para actuar. Cumple con temblor si es necesario. Cumple con dudas si hace falta. Cumple con lágrimas si no hay otra manera. Porque lo que sostiene no es la certeza emocional, sino la fidelidad del que habló.
Dios no busca héroes. Busca fieles. Hombres y mujeres comunes que hacen lo que Él pide, sin adornos, sin espectáculo, sin garantías humanas. Cumplen, y al hacerlo, abren puertas que sólo la obediencia puede abrir.
Recuerdo una etapa en la que sabía con claridad lo que debía rendir. Una relación que ocupaba el lugar que sólo Dios debía ocupar. Lo sabía. Lo había leído. Lo había sentido. Pero no lo cumplía. Hasta que un día, en el silencio, sentí que el Espíritu me decía con firmeza y ternura: «¿Hasta cuándo vas a detener lo que quiero hacer?» Y ese día cumplí. No por valentía. No por fuerza. Sino por amor. Por rendición. Por anhelo de libertad.
Cumplir lo que Él muestra es entrar en libertad. Porque lo que no se obedece se convierte en carga. En deuda espiritual. En estancamiento invisible. Dios no nos muestra algo para entretenernos. Nos lo muestra para formarnos. Para liberarnos. Para transformarnos.
Y a veces lo que Él muestra es doloroso. Nos pide soltar, cerrar ciclos, pedir perdón, asumir consecuencias, abrir puertas que habíamos sellado. Pero también nos muestra caminos de gracia, actos de compasión, misiones sencillas que cambian destinos: visitar a alguien, comenzar una oración, sembrar donde hay desierto. Cumplir no siempre es heroico. A veces es simplemente ser constante en lo que ya sabemos que debemos hacer.
Jesús lo dijo con sencillez y poder: “Ahora que saben estas cosas, Dios los bendecirá por hacerlas.” (Juan 13:17, NTV). No si las memorizan. No si las predican. No si las discuten. Si las practican.
La práctica es el fuego que prueba la autenticidad de nuestra fe. Y es allí donde muchos se extravían: porque conocen, pero no cumplen. Porque sienten, pero no obedecen. Porque oran, pero no avanzan. El cumplimiento no es una etapa opcional del camino espiritual. Es la validación de todo lo anterior.
Hay algo más. Cuando cumplimos, también somos testigos. Nuestra obediencia se vuelve semilla para otros. Nuestra vida se convierte en carta viva, en mensaje leído, en acto profético. Porque el cumplimiento no sólo transforma al que obedece, sino que irradia hacia quienes lo rodean.
Piensa en Noé. En Moisés. En María. En Pedro. Todos fueron parte de un plan eterno no por su capacidad, sino por su disposición a cumplir. A decir sí. A caminar. A entregarse. A permanecer. El Reino se mueve a través de esos actos visibles de obediencia. No siempre perfectos, pero sí reales.
Y sí, habrá momentos en los que no sabrás cómo hacerlo. Cumplir puede parecerte imposible. Pero allí entra en juego la gracia. La obediencia no se sostiene sola. Es acompañada por el Espíritu. No nos deja huérfanos ante lo que pide. Él da fuerzas. Él consuela. Él guía. Él empodera.
“pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad.” (Filipenses 2:13, NVI). Dios no sólo ordena. Produce. Él provoca en nosotros el deseo, y luego sostiene el cumplimiento. No estamos solos.
Cada vez que cumplas, por pequeña que parezca la instrucción, estás diciendo al cielo: Aquí estoy. Soy tuyo. Me rindo. Y eso basta. Porque Dios puede hacer mucho con un corazón rendido. Puede hacer todo con un corazón que cumple.
Y si hoy sabes lo que Él te ha mostrado, no lo pospongas más. Da el paso. Rinde el área. Escribe el mensaje. Ora por esa persona. Cierra esa puerta. Abre esa otra. Vuelve al lugar donde fuiste llamado. Hazlo. No por obligación. No por presión. Sino por amor. Porque su voz te habló, y ahora tu vida responde.
Cumplir es el lenguaje de los que aman. Y los que aman, cumplen aunque duela, aunque tiemble, aunque nadie los vea. Porque saben que en esa obediencia, Dios se manifiesta.