“Y Sarai era estéril y no tenía hijos.”
—Génesis 11:30 (RVA-2015)
En el principio, antes de que la luz atravesará el vacío, antes de que las estrellas encontrarán su ritmo, antes de que las aguas conocieran sus orillas, la tierra estaba desordenada y vacía (Génesis 1:2). Un páramo de potencial insatisfecho, esperando la voz de su Creador. Anhelando profundamente la intervención del Eterno.
Entonces Dios habló. Y lo que estaba vacío se llenó. Lo que no tenía forma adquirió volumen. Lo que era oscuro se volvió radiante. Lo que era estéril floreció bajo el aliento del Todopoderoso. Aquello que no era, finalmente fue, y fue muy bueno. (Génesis 1:31)
El dolor de la esterilidad
La esterilidad no es solo la ausencia de vida, es el dolor de un anhelo insatisfecho. Es Sara, de pie a la sombra de una promesa, trazando las líneas de la edad en su rostro y sintiendo el peso de los años asentarse en lo profundo de su alma. Ella tenía un esposo llamado por Dios, un hombre con una promesa escrita en las estrellas, pero su vientre permanecía en silencio. Inactivo y desolado. Acostumbrado ya a la decepción cíclica del que era objeto.
Es Ana, que llora en el templo, sus oraciones se elevan como incienso, pero son recibidas con silencio (1 Samuel 1:10-11). Es Raquel, que clama angustiada: “Dame hijos, o si no, me muero.” (Génesis 30:1). Es Elisabet, justa pero reprochada, hasta que su esterilidad fue recibida con el recuerdo divino (Lucas 1:5-25).
La esterilidad es la temporada de silencio. La oración sin respuesta. La puerta cerrada. La noche que se demora donde la esperanza se siente como un eco distante. Un amanecer que parece nunca llegar. Un frío que se muestra inextinguible. Un eco que resuena profundamente, que taladra el alma dolorosamente, que perfora el corazón, con el recuerdo de lo que no es. Un eco sin respuesta.
Pero Dios actúa en los lugares áridos
La historia no termina en el vacío.
Sara se rió de la imposibilidad de la promesa de Dios (Génesis 18:12), pero el cielo ya había hablado. “¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?” (Génesis 18:14). Y en el momento señalado, su risa pasó de la duda a la alegría, su vientre se hinchó con la promesa cumplida.
Ana, que antes era ridiculizada, se convirtió en madre de un profeta. Raquel, que antes estaba desolada, dio a luz al padre de tribus. Elisabet, que antes era ignorada, llevó en sus entrañas la voz que prepararía el camino para el Mesías.
Una y otra vez, la esterilidad se convirtió en el escenario donde Dios mostró su poder. Donde lo milagroso se desveló. Donde la posibilidad sustituyó la duda. El desierto se convirtió en un jardín. Los huesos secos cobraron vida (Ezequiel 37:5). La tumba fría como una piedra se abrió con la gloria de la resurrección.
La esterilidad no es el fin, es el principio
En mi propia vida, he conocido el peso de la espera. He visto a otros entrar en su “Que haya…” mientras yo me sentaba en el silencio del todavía no. Abatido por el peso de lo que no es. He sentido el aguijón de las oraciones que parecen no elevarse más alto que el techo.
Pero las Escrituras me susurran que la esterilidad no es un período, solo una pausa. No es un veredicto, sino un recipiente, uno que Dios llena en Su tiempo, para Su gloria.
Incluso ahora, escucho los ecos de las palabras de Isaías:
“Grita de júbilo, oh estéril, la que no ha dado a luz;
prorrumpe en gritos de júbilo y clama en alta voz, la que no ha estado de parto;
porque son más los hijos de la desolada
que los hijos de la casada —dice el Señor.”
—Isaías 54:1 (LBLA)
Dios toma lo que está vacío y lo hace rebosar. Él habla al vacío y engendra la luz. Él toma lo estéril y produce abundancia. Lo que parece muerto, vuelve a florecer. Los instrumentos abandonados y empolvados, suenen al ritmo de la canción divina, esa que evoca el poder de la posibilidad de Dios.
Un lienzo para Su gloria
Si me encuentro en una temporada de esterilidad, me obligo a recordarme que: esto no es una maldición sino un lienzo. Un lugar donde Dios pintará Su gloria, donde Su poder se revelará. Él tomará el desierto y lo hará florecer (Isaías 35:1-2). Él tomará los lugares secos y los convertirá en manantiales (Isaías 41:18). Él abrirá camios donde no los hay (Isaías 43:19). Porque todo forma parte de su divino plan. Su propósito se está cumpliendo, uno que es más grande que yo. Mi esterilidad forma parte de la manifestación de su plan redentor y restaurador.
Lo que importa no es mi capacidad, sino Su soberanía. No mi tiempo, sino Su propósito perfecto. No mi anhelo, sino Su designio. No mi deseo, sino Su voluntad.
Y cuando Él hable, cuando lo estéril se vuelva fructífero, cuando el silencio dé paso al canto, sabré que nunca se trató de mí.
Siempre se trató de Él.