El Abrazo entre la Gloria y la Santidad
Cuando nos acercamos con reverencia, Dios responde con manifestación
“Esto quiso decir el SEÑOR cuando dijo: ‘Demostraré mi santidad por medio de los que se acercan a mí. Demostraré mi gloria ante todo el pueblo’”
—Levítico 10:3, NTV
Hay momentos en la vida espiritual donde dos realidades se encuentran y nos sobrecogen: la gloria de Dios y Su santidad. No son atributos separados, sino dimensiones entrelazadas de un mismo misterio. Y cuando las dos se abrazan en el corazón humano, algo profundo ocurre: la vida deja de girar alrededor de lo superficial, y se alinea con lo eterno.
La gloria es la manifestación visible del carácter de Dios. La santidad es Su naturaleza inalterable. Cuando alguien se acerca con reverencia, ambas se despliegan. Dios no se limita a observar desde lo alto. Él desciende. Él se revela. Él transforma.
Levítico 10:3 no fue solo una lección para Aarón. Es una invitación para nosotros. Dios sigue diciendo: “Me mostraré como Santo a los que se acercan… y manifestaré mi gloria ante el pueblo”. No porque busque admiradores, sino porque desea transformar testigos. No porque necesite público, sino porque anhela intimidad.
Pero hay una condición: el acercamiento. No de cualquier tipo, sino reverente. Humilde. Real. Dios se deja ver por quienes no vienen a exigir, sino a rendirse. Por quienes no buscan usar Su presencia, sino habitarla. Por los que se quitan las sandalias, no porque el suelo sea especial, sino porque el que está allí… es Santo.
La gloria y la santidad no son recompensas. Son consecuencias. Se manifiestan cuando el corazón humano se posiciona en humildad. Cuando la obediencia no es selectiva, sino rendida. Cuando la comunidad no se reúne por costumbre, sino por hambre. Cuando el alma no pide cosas… sino a Dios mismo.
Y entonces, como fuego que no quema pero purifica, como nube que cubre y a la vez abre el alma… la gloria viene. No como espectáculo. Sino como presencia. No como emoción. Sino como sustancia.
¿Y tú?
¿Anhelas que Dios se muestre como Santo… en tu vida?
¿Estás dispuesto a ser el altar donde Su gloria repose?
¿Estás viviendo una espiritualidad de cercanía… o de distancia elegante?
El mismo Dios que se manifestó en el tabernáculo ahora habita en corazones que se postran. El mismo Dios que quemó el fuego extraño… ahora enciende el fuego verdadero. Pero solo si lo dejas entrar como Él es: no domesticado, no reducido, no manipulado… sino Santo.
Oración contemplativa:
Dios Santo,
No quiero verte solo desde lejos.
Quiero acercarme y ser transformado.
Revísteme con hambre.
Límpiame con fuego.
Atrae mi corazón con tu gloria,
y transfórmalo con tu santidad.
No busco un momento.
Anhelo habitar en ti.
Hazme altar. Hazme brasa. Hazme templo.
Para que en mí, tu gloria se abrace con tu santidad.
Amén.