El Espíritu Santo Dice
Por eso el Espíritu Santo dice: «Cuando oigan hoy su voz,
Hebreos 3:7 (NTV)
Crecí en una denominación que me enseñó que Dios ya había hablado, que Su última, definitiva y contundente palabra, aquella en la que sólamente podíamos confiar, estaba registrada en las Escrituras. Por tal motivo, Dios no nos habla en la actualidad, excepto por lo que está en la Biblia. Que si queríamos escuchar Su voz, debíamos recurrir a nuestras Biblias. Debido a que se trataba de un hecho consumado, el canon de las Escrituras quedó sellado y cerrado. Lo creí, aún así, mi espíritu sabía que tenía que haber más. ¿Cómo podría un Dios personal, que desea tener comunión conmigo, ya que lo mejor para mí es relacionarme personal e íntimamente con él, permanecer en silencio? ¿Te has sentido alguna vez así?
Me mantengo firme en la creencia de que la Biblia es la palabra suprema, reveladora, con autoridad (perfecta y eterna), inerrante e infalible de Dios. Contiene todo lo que Dios quería que supiéramos para guiarnos, consolarnos, instruirnos y corregirnos. Y, sin embargo, también creo que Dios continúa hablándonos a través de la Biblia, la oración y la voz del Espíritu Santo. Ésta no es una idea herética, mucho menos una noción espiritual mística o ascética, sino un rayo de esperanza para todos aquellos que anhelan escuchar la voz del Espíritu Santo. La buena noticia es que podemos escuchar Su voz hoy, ahora mismo, en este preciso momento.
El autor de la carta a los Hebreos sabía que esto es verdad. Por eso redacto audazmente las siguientes palabras: Por eso el Espíritu Santo dice. Esto significa que la comunicación entre Dios y nosotros no sólo ha sido posible a través de Cristo y hecha accesible a través del Espíritu Santo, sino que también ha permanecido ininterrumpida a lo largo del tiempo. El autor de Hebreos nos está diciendo que el Espíritu Santo nos habla hoy. Recordemos que él no es una cosa; es una persona, divina, con quien podemos tener una relación personal. Este es un faro de esperanza, al mismo tiempo es una garantía de que la presencia de Dios no sólo es constante en nuestras vidas, sino que es dinámica y activa.
¿Cuál es el mensaje específico que el Espíritu Santo ha estado enfatizando continuamente a través de los siglos? Es un mensaje profundo que tiene el potencial no sólo de revolucionar nuestra perspectiva de la vida, sino también de impactar profundamente nuestro comportamiento y nuestras acciones. Este mensaje posee el notable poder de provocar una transformación completa desde el centro de nuestro ser. El mensaje es claro: “«Cuando oigan hoy su voz, no endurezcan el corazón como lo hicieron los israelitas cuando se rebelaron, aquel día que me pusieron a prueba en el desierto.” (Heb. 3:7-8, NTV)
A lo largo de mi viaje espiritual, ha habido momentos en los que, a veces, he sentido una fuerte impresión en mi espíritu, soy recordado de pasajes, me vienen imágenes, inclusive un pensamiento concreto resuena en mi mente. Estas experiencias han sido diversas, desde una sensación de confianza hasta el Espíritu Santo despertándome en medio de la noche con una palabra, una frase, o una porción en concreto de las Escrituras. A veces lo hace trayendo a mi mente un versículo específico o una historia del Antiguo Testamento. He aprendido que cuando ocurren estos momentos, debo escuchar, tomar papel y lápiz y escribir todo lo que el Espíritu Santo me lleva a pensar, meditar y reflexionar. Estos encuentros personales con la voz de Dios han sido transformadores, profundizando mi entendimiento y conexión con Él.
Solía burlarme y menospreciar a quienes compartían relatos de haber escuchado la voz de Dios o haber recibido mensajes de parte de Dios. Los acusaba de deshonestidad y criticaba sus posturas teológicas, descartaba burlonamente sus experiencias y las etiquetaba como meras fabricaciones producto de una teología errónea y, en algunos casos, herética. Los principios de la teología a la que me adherí por muchos años, me inculcaron la perspectiva de percibir a Dios a través de una lente intelectual, crítica, y analítica. Que es sólo a través del estudio analítico y sistemático de los relatos históricos, así como de las enseñanzas hechas por maestros, eruditos, y académicos que la denominación a la que pertenecí califican como de sana doctrina.
Creo firmemente que los principios, así como las verdades, contenidos en las Escrituras nos proporcionan una comprensión profunda, amplia, y completa del carácter de Dios, su plan divino, su voluntad perfecta, y de su poder ilimitado. La denominación en la que crecí me enseñó que, sólamente, se pueden comprender las intervenciones de Dios en la historia humana y captar sus revelaciones proféticas sobre el futuro de la humanidad mediante el estudio sistemático, adecuado, y riguroso de las Escrituras. Y estoy de acuerdo, creo, y sigo sosteniendo que la revelación que necesitamos, y que Dios quería que tuviéramos, quedó registrada en las Escrituras. Sin embargo, nunca me enseñaron cómo cultivar una conexión profunda y personal con Él. Los devocionales se sentían más como una obligación, como una lista de reglas y pautas, que como una oportunidad genuina para comprender y conectarse verdaderamente con Dios.
Se me enseño a estudiar y a entender a la persona del Espíritu Santo desde una perspectiva académica. Nunca se me enseñó a experimentarlo, a tener una relación de profunda comunión e intimidad con él. Se me enseñó a pasarlo todo por el lente de lo que se puede estudiar, entender, y explicar; más nunca se me enseño, ni alentó, a experimentar a la tercera persona de la trinidad.
Al adherirme, por muchos años, a estas reglas prescritas, ideas preconcebidas y a una comprensión denominacional específica del estudio de las Escrituras, descubrí que mi corazón eventualmente se endureció y comencé a practicar una religión en lugar de vivir una relación profunda, personal, e íntima con Dios. No me malinterpretes; como alguien que tiene formación teológica, valoro las herramientas de la hermenéutica, y la perspectiva de estudio que me brindó el Seminario Teológico al que asistí, para estudiar las Escrituras de manera profesional. También creo que la Biblia debe ser estudiada bajo el método de observación, interpretación, y aplicación; permitiendo siempre que sea la misma Escritura la que se explique a sí misma.
El acercamiento a las Escrituras implica centrarse únicamente en el texto mismo. Esto puede parecer redundante, pero es importante recordar que nuestro estudio se enfoca, precisamente, en las Escrituras y nada más. Al abordar el texto, es esencial considerar el contexto circundante y los antecedentes específicos de la porción escritural que se está estudiando. Debemos intentar comprender el mensaje central transmitido en el texto y discernir el propósito del segmento que estamos analizando. Este proceso es lo que llamamos observación. Después de hacer una escrupulosa y exhaustiva observación al texto, se procede a explicar o declarar la verdad, el principio, y/o la cualidad divina que el proceso de observación me mostro del texto bíblico en cuestión. Finalmente debo considerar cómo aplicar la verdad, el principio, y/o la cualidad divina observada en el texto, tanto a mi vida diaria, como a mi situación actual, a las relaciones que tengo, y como, de forma práctica, encarnar las verdades que el Espíritu Santo me ha mostrado en el texto bíblico.
Esto puede parecer místico para algunos, pero he decidido liberarme de las limitaciones de las reglas prescritas, las ideas preconcebidas y las interpretaciones denominacionales del estudio de las Escrituras. Realmente creo que hoy en día Dios nos habla y que puedo escuchar la voz del Espíritu Santo. También reconozco que Dios se comunica con nosotros a través de las Escrituras, la oración y las impresiones que el Espíritu Santo pone en nuestros corazones y espíritus.