El asiento de misericordia no es solo un recuerdo antiguo ni una experiencia interna; es también una fuerza viva que irrumpe en el mundo aquí y ahora. Es un espacio donde el poder del Espíritu Santo actúa, sanando, liberando, restaurando, haciendo visible el Reino de Dios en medio de la fragilidad humana.
Este no es un asiento fijo en un templo; es un mover dinámico, un derramamiento de gracia que sale al encuentro de las heridas del mundo. El asiento de misericordia es ahora un lugar que camina, que se desplaza, que se instala dondequiera que un corazón clamante se abre, dondequiera que una comunidad ora, dondequiera que el Espíritu sopla.
El Reino “ya, pero todavía no”
Jesús anunció: “Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes.” (Lucas 17:21, NVI). Sin embargo, también nos enseñó a orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.” (Mateo 6:10, NVI). Esta tensión es el corazón del misterio: el Reino ha comenzado, pero aún esperamos su plenitud.
El asiento de misericordia, desde esta perspectiva, es el lugar donde el “ya” y el “todavía no” se encuentran. Cuando una persona quebrantada experimenta la sanidad de Dios, cuando una comunidad abraza a los marginados, cuando los heridos reciben liberación, allí el Reino se hace presente, allí el asiento de misericordia resplandece.
Signos del Reino
El movimiento del Espíritu no es abstracto ni reservado a unos pocos. Jesús declaró: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos,” (Lucas 4:18, NVI).
Este es el asiento de misericordia hecho carne, hecho acción. No se trata de un altar distante ni de un rito litúrgico; se trata de actos concretos, de milagros cotidianos, de intervenciones del Espíritu que transforman la realidad.
Los Padres del Desierto reconocían que la vida espiritual no es solo interioridad. Abba Pambo decía: “Si tienes un corazón, puedes salvar a otros.” La misericordia contemplada en oración debe derramarse en compasión activa. El asiento de misericordia no es solo un lugar donde somos transformados, sino un espacio desde el cual somos enviados.
Comunidades de Poder y Gracia
Las comunidades cristianas están llamadas a ser lugares donde el asiento de misericordia es palpable. No como un objeto de museo ni como una idea teológica, sino como una experiencia viva. Cuando una iglesia ora por los enfermos y los abraza, allí el asiento de misericordia. Cuando una comunidad intercede por los rotos de la ciudad, allí el asiento de misericordia. Cuando un grupo pequeño se reúne y llora juntos, y alguien es levantado, allí el asiento de misericordia.
John Wimber, un líder que entendió este mover del Espíritu, solía decir: “El evangelio es tanto poder como palabra.” Esto no significa buscar lo espectacular ni lo llamativo, sino abrirnos a lo sobrenatural que Dios derrama en lo ordinario. Es esperar que Dios todavía hable, que todavía sane, que todavía libere.
Misericordia para Todos
El asiento de misericordia no tiene fronteras. No pertenece a una denominación, a una tradición, o a una cultura. Dondequiera que el Espíritu actúe, allí el Reino irrumpe. Dondequiera que alguien clame: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (Marcos 10:47, NVI), allí el asiento de misericordia se hace presente.
Este es un llamado a las iglesias, a abrirse, ensanchar el corazón, derribar las barreras. No limitar el mover de Dios a los rituales establecidos ni a las estructuras humanas. Permitir que el Espíritu sople como quiere, que la misericordia fluya como río. Como dice el profeta: “¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto y ríos en lugares desolados.” (Isaías 43:19, NVI).
Sanidad y Liberación
El asiento de misericordia es lugar de sanidad. Cuando oramos por los enfermos, no lo hacemos solo por obediencia, sino porque sabemos que Dios es el mismo ayer, hoy y siempre. Cuando intercedemos por los oprimidos, no lo hacemos solo como gesto simbólico, sino porque creemos que el Espíritu Santo libera, rompe cadenas, restaura corazones.
La carta de Santiago lo dice claramente: “¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los líderes de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. 15La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y si ha cometido pecados, sus pecados se le perdonarán.” (Santiago 5:14–15, NVI). Aquí el asiento de misericordia sale del templo y entra en los hogares, en las reuniones sencillas, en los espacios donde dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús.
Un Pueblo Expectante
Los Padres del Desierto vivían a la espera del Reino. Aunque buscaban el silencio, no eran indiferentes al mundo. Ayunaban, oraban, clamaban por la humanidad. Sabían que cada oración tenía repercusión cósmica, que cada acto de misericordia abría una grieta por donde entraba la luz del Reino.
Así también nosotros somos llamados a ser un pueblo expectante, un pueblo que ora con fe, que canta con pasión, que cree que Dios todavía obra milagros. No oramos para construir imperios religiosos ni para glorificarnos a nosotros mismos, sino para ser señales vivas del Reino que viene.
Conclusión
El asiento de misericordia no es un mueble antiguo ni una metáfora vacía. Es el lugar vivo donde la gloria de Dios toca las heridas humanas. Es el espacio donde el Espíritu Santo actúa hoy, aquí, ahora. Es el Reino que irrumpe en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo quebrado.
Como pueblo de Dios, estamos llamados a vivir desde ese asiento: a orar por los enfermos, a abrazar a los heridos, a proclamar buenas noticias a los pobres, a liberar a los cautivos. No con nuestras fuerzas, sino con el poder que viene de lo alto.
“Que tu gran amor, Señor, nos acompañe, tal como lo esperamos de ti.” (Salmo 33:22, NVI). Este es nuestro clamor, nuestra esperanza, nuestra misión. Vivir como portadores del asiento de misericordia, ser manos, voces, abrazos donde otros puedan descubrir que el Dios que cubre con gloria sigue caminando entre nosotros.
Hoy, más que nunca, el mundo necesita ver el asiento de misericordia hecho vida, hecho carne, hecho comunidad. Necesita testigos del Reino, hombres y mujeres que vivan en la tensión del “ya, pero todavía no”, que oren como si el cielo estuviera a punto de romperse sobre la tierra, que amen como si cada acto pequeño fuera una ventana al Reino.
Que seamos ese pueblo. Que seamos ese asiento de misericordia viviente. Que donde caminemos, el Reino se haga presente. Amén.