Necesitamos a Cristo
Durante las últimas semanas he reflexionado profundamente sobre mi acentuado amor por la Iglesia. Es una pasión inquebrantable que se ha ido haciendo más fuerte dentro de mí con el tiempo. Cuanto más contemplo y reflexiono sobre las enseñanzas, los valores y las tradiciones de la Iglesia, más me convenzo de que son una parte esencial de mi vida. Nosotros somos la iglesia Como Iglesia, es nuestra máxima responsabilidad encarnar la esencia del evangelio y reflejarla en todas nuestras acciones.
Riley Clemmons capta perfectamente la esencia de la Iglesia en su canción “Church Pew”. Ella escribe: “El mejor de los santos, el peor de los pecadores y todo lo que hay en el medio. Todos venimos por diferentes razones, pero el Señor sabe que todos necesitamos a Jesús”.
A medida que avanzamos en nuestro camino cristiano, seguramente encontraremos momentos desafiantes que pueden causar sufrimiento, dolor y sentimientos de traición. Estas dificultades a menudo pueden surgir de personas que nos rodean, incluidas aquellas que ocupan posiciones de autoridad y liderazgo. Sin embargo, podemos ver estos desafíos como oportunidades de crecimiento y aprendizaje y responder con amor, gracia y perdón. Podemos continuar avanzando en nuestro viaje y fortalecer nuestra fe. Cuando nos esforzamos por reflejar el carácter de Cristo en nuestros pensamientos y acciones, encarnamos las cualidades de bondad, compasión, humildad y altruismo. Al encarnar estos rasgos, podemos vivir una vida guiada por las enseñanzas y los valores de Cristo, lo que nos llevará a una existencia más plena y orientada a un propósito.
Como persona que ha sido traicionada y acusada falsamente por un líder de la Iglesia, puedo decir con certeza que es una experiencia desgarradora. El sentimiento de traición por parte de alguien en quien alguna vez confiaste y respetaste puede ser devastador. Las acusaciones falsas pueden hacerte sentir impotente, frustrado y enojado mientras luchas por limpiar tu nombre y demostrar tu inocencia.
No fue hasta que me di cuenta de que no dependía de mí limpiar mi reputación sino que era asunto de Dios. Me di cuenta que limpiar mi reputación no estaba en mis manos sino en manos de mi Padre Celestial. Fue un pensamiento aliviador, que me permitió soltar la carga y confiar en que las cosas saldrían de acuerdo a su voluntad y propósito para mi vida. Recuerdo vívidamente compartir mis sentimientos más íntimos de desesperación, desesperanza y frustración con un pastor. Escuchó atentamente y ofreció palabras de consuelo y aliento. Sentí como si me hubieran quitado un peso de encima. Luego, este pastor compartió una palabra profética que el Espíritu Santo le estaba dando para mi, y quedé asombrado de cómo esa palabra le habló a mi espíritu. Esta palabra me dio una esperanza renovada y una profunda sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. Ella me dijo: “El Espíritu Santo quiere que sepas que si abres la boca y luchas para limpiar tu nombre y demostrar tu inocencia, él guardará silencio. Por otro lado, si permaneces en silencio, Él limpiará tu nombre y demostrará tu inocencia.” Esta palabra me sostuvo durante los días, semanas, y meses posteriores. Y esa palabra me ha dado ánimo durante todos estos meses. He visto como esa palabra que el Espíritu Santo me dio en el momento oportuno se ha ido cumpliendo.
El trauma emocional de pasar por una prueba moral y espiritual, en la que se cuestiona tu carácter y en la que tu reputación está en juego, puede ser abrumador. A veces, puede parecer que llevas una carga insoportable sobre los hombros. Es esencial que quienes han experimentado este tipo de dolor busquen apoyo y guía de Dios, de sus seres queridos y de profesionales que puedan ayudarlos a sobrellevar las secuelas emocionales de esta experiencia de abuso emocional, espiritual, y eclesiástico. Porque eso fue lo que viví. Fui abusado. Esto es algo que no hablamos en la Iglesia. Preferimos ocultar, y callar esta realidad que muchos experimentamos, y que otros tantos están atravesando.
Mientras derramaba mi dolor y mi carga ante Dios, recordé las palabras de Jesús:
»Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados; yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana».
—Mateo 11:28-30 (NVI)
Le confié a alguien que afirmaba tener autoridad espiritual una cantidad significativa de poder sobre mi vida, sólo para ser pisoteado y dañado por él. Sus acciones me dejaron sintiéndome impotente y vulnerable, como si no tuviera control sobre mi propia vida. Intencionalmente me hizo saber que él era quien podía aprobar y dictar mis acciones, no Dios. Me doy cuenta de que cometí un grave error al concederle tal autoridad, pero el daño ya está hecho. Cuando me acusó injusta y falsamente, mi corazón se quebró, mi reputación fue pisoteada, pero inmediatamente supe que el Cuerpo de Cristo no era responsable de lo que este ministro estaba haciendo. Es importante señalar que las acciones y procedimientos destructivos de este ministro no pueden atribuirse a Cristo ni al Padre. Sería injusto responsabilizar a Dios por las acciones de un individuo. Recuerda responsabilizar a quienes tienen la culpa y no culpar a quien conoce los planes que tiene para con nosotros, que son para nuestro bienestar y no para el mal, porque quiere darnos un futuro y una esperanza segura.
He llegado a comprender, y creo firmemente, que no es la Iglesia en su conjunto la que causa daño, sino más bien los individuos que todavía están lidiando con sus propias luchas personales. Que continúan luchando con su carne, con su humanidad, y con pecados que no hay querido abandonar. Ellos obran y reaccionan desde su quebrantamiento. Estos individuos actúan a partir de sus propias heridas y dolores no cicatrizados. Hace mucho que han olvidado la verdad infinita y eterna que el Maestro nos dio:
De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.
—Juan 13:35 (NVI)
No se trata de nuestra capacidad para liderar, desarrollar una congregación, expandirla o predicar sermones teológicamente correctos; más bien se trata de evitar sobreestimarnos y pensar con juicio claro y racional en función del nivel de fe que Dios nos ha dado. (Rom. 12:3, NVI) Es amarnos unos a otros como a nosotros mismos (Mat. 22:36-40), porque este es el segundo gran mandamiento. Mi madre siempre me dijo: “Se humilde, no sea que porque creas que eres maduro, te caigas del árbol por lo maduro que estás”. Cuánta falta nos hace recordar las atinadas palabras del apóstol Pablo cuando le dijo a la Iglesia de Corinto:
Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga.
—1 Cor. 10:12 (LBLA)
Esta dolorosa experiencia no me hizo amargarme ni con Dios ni con la Iglesia. Al contrario, me hizo recordar que la gente son personas, cada persona es un individuo y cada individuo lleva la imagen de Dios; por lo tanto, debo ser más misericordioso, amoroso y afectuoso con ellos como evidencia de que mi corazón está en el lugar correcto y tiene los motivos correctos.
La canción a la que aludí dice: “Todos venimos por diferentes razones, pero el Señor sabe que todos necesitamos a Jesús.” Que esto sea un recordatorio para todas las personas, especialmente para nosotros los creyentes, de que llega un punto en la vida en el que debemos reconocer y profesar humildemente nuestra necesidad de Jesús: la cuál es la confesión definitiva. Un momento impactante tiene el potencial de guiarnos hacia un cambio positivo y trascendental, inculcando un sentido de propósito y proporcionando una dirección clara. Vivir una vida llena de amor y propósito es un viaje que requiere de guía. Jesús es el guía definitivo en este viaje. Sus enseñanzas ofrecen información sobre cómo vivir de una manera que refleje Su amor y luz. Seguir la guía de Jesús nos permite abrazar una vida de bondad, compasión y desinterés. Es una vida centrada en Él; al centrarnos en Él y en Su palabra, encontramos paz interior, y cuando permitimos que el Espíritu Santo se mueva en nuestras vidas y nos cambie, seremos más como el amante de nuestras almas.