“te ruego que me des éxito hoy… No me detengáis, puesto que el Señor ha dado éxito a mi viaje”
Génesis 24:12, 56; LBLA
El susurro que desciende entre los ruidos del mundo
En el vasto tapiz del tiempo, entrelazado con hilos de eternidad y teñido por la luz del propósito divino, yace una verdad sagrada que no grita, sino que susurra. Es un murmullo suave como el viento, una voz que no se impone, sino que espera ser escuchada por aquellos que, aun cansados, se atreven a detenerse. “Solo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza.” (Salmo 62:5, NVI).
Pero el mundo ha desaprendido la quietud. Habitamos días donde los pasos corren más rápido que el alma, donde las decisiones se dictan desde la ansiedad y no desde el altar. Nuestra generación ha llenado su tiempo con tareas, pero ha vaciado su espíritu de discernimiento. Hemos alzado torres con nuestras fuerzas, hemos nombrado propósitos sin consulta, hemos reemplazado la sabiduría del cielo por la prisa de nuestras agendas.
Y mientras tanto, el Espíritu sigue llamando.
“Así dice el Señor: «Párense en los caminos y miren, y pregunten por los senderos antiguos, cuál es el buen camino, y anden por él; y hallarán descanso para sus almas…”
(Jeremías 6:16, NBLA).
El siervo y el pozo: obediencia silenciosa que transforma destinos
En una historia antigua, envuelta en la bruma de las primeras generaciones de la promesa, un siervo anónimo emprendió una misión. No llevaba título, pero sí un peso sagrado. Abraham lo envió a buscar esposa para su hijo, Isaac. La tarea era humanamente imposible. ¿Cómo discernir en tierra lejana a la mujer que habría de unirse al linaje de la bendición?
Y sin embargo, el siervo no corrió. No se dejó llevar por el impulso. No improvisó. Se detuvo. Oró. Esperó.
“Oh Señor, Dios de mi señor Abraham, te ruego que me des éxito hoy…”
(Génesis 24:12, NBLA).
Fue allí, junto al pozo, en el polvo de Harán, donde lo eterno tocó lo humano. Y Dios respondió. Antes de terminar su oración, Rebeca apareció. No como casualidad, sino como cumplimiento. Porque el Reino no improvisa, revela. No improvisa, ordena. No se apresura, pero tampoco se retrasa.
Y aun habiendo visto a Rebeca, el siervo “la observaba en silencio, para saber si el Señor había dado éxito o no a su viaje.” (Génesis 24:21, NBLA). Qué profunda reverencia por el ritmo divino. Qué temor santo ante el discernimiento. Qué hermosa fidelidad de quien sabe que el tiempo de Dios es perfecto (Eclesiastés 3:11).
El peligro de la demora cuando Dios ha hablado
Cuando la familia de Rebeca pidió que se quedara unos días más, el siervo se negó. Su respuesta no fue grosera ni impulsiva, fue clara y firme:
“«No me detengan», les dijo el siervo, «puesto que el Señor ha dado éxito a mi viaje; envíenme para que vaya a mi señor».”
(Génesis 24:56, NBLA).
¡Qué declaración! ¡Qué urgencia santa! El siervo no estaba actuando por capricho, sino porque había escuchado a Dios, y cuando Dios habla, la obediencia no debe demorarse. El corazón que sabe que ha sido dirigido por el cielo no debe perderse en las amables demoras del mundo.
Porque la demora es la ladrona del destino, y el temor al qué dirán, un velo que empaña la claridad de la voz divina.
Las Escrituras están llenas de llamados inmediatos
Moisés no retrocedió ante la zarza ardiente. “Yo estaré contigo,” le dijo Dios (Éxodo 3:12, NBLA).
Isaías no negoció cuando escuchó la voz: “¿A quién enviaré?” (Isaías 6:8, NBLA). Respondió: “«Aquí estoy; envíame a mí»”
Jeremías, temeroso de su juventud, fue confortado con una promesa: “«Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido;” (Jeremías 1:5, NVI).
Pedro, confundido por las olas, bajó de la barca porque escuchó un solo verbo: “¡Ven!” (Mateo 14:29, NBLA).
Pablo, derribado por la luz, se levantó guiado por una nueva visión (Hechos 9:6). No entendía todo, pero confió en la voz que lo había llamado.
Y tú, ¿te detendrás cuando el cielo haya hablado? ¿Te quedarás atado a lo cómodo, cuando la gloria de Dios te llama a lo incierto?
No mires hacia atrás
Jesús lo dijo con claridad: “Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios.” (Lucas 9:62, LBLA).
La mujer de Lot, mirando atrás, se congeló en lo que fue. Y muchos hoy hacen lo mismo: se paralizan por nostalgia, por temor, por apego. Pero la fe siempre mira hacia adelante. Avanza. Obedece.
“obedecerás al Señor tu Dios, y cumplirás Sus mandamientos” (Deuteronomio 27:10, NBLA). Esta es la ley del Reino: el paso siguiente se revela solo cuando caminamos con fe. El maná no caía para una semana, sino para el día (Éxodo 16:4). La nube no se quedaba siempre en el mismo sitio, porque Dios quería enseñarle a Su pueblo a caminar por obediencia, no por lógica.
Y tú, ¿caminarás cuando la nube se mueva?
La obediencia es el lenguaje del amor
Jesús dijo: “Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos.” (Juan 14:15, NVI). No por imposición, sino por amor. La obediencia no es una carga; es una danza con lo eterno, una armonía con la voluntad del Padre, un eco del Espíritu en nuestra fragilidad.
Dios no busca rapidez, sino rendición. No necesita nuestra prisa, sino nuestra disponibilidad.
“Si alguien quiere hacer su voluntad, sabrá si mi enseñanza es de Dios” (Juan 7:17, LBLA). El que obedece, conoce. El que se rinde, ve. El que escucha y se mueve, se encuentra con la gloria.
Oración:
Tú que hablas en el silencio…
y caminas antes que yo en la noche que no comprendo,
hoy susurro desde lo más hondo de mi alma:
No me detengas, Señor.
Si tu Espíritu se mueve,
que mi alma no se quede atrás.
Si tu susurro guía,
que mis pasos no se aferren al miedo.
Hazme liviano…
hazme dócil…
hazme obediente a lo invisible.
No me permitas negociar con lo que ya ha sido dicho.
No dejes que mi lógica apague tu voz.
Despiértame al tiempo eterno que no se mide por relojes,
sino por la Palabra pronunciada desde antes de los siglos.
Espíritu de Gracia,
hazme libre del aplauso y del retraso,
del cálculo y del apego.
Hazme alma que escucha.
Hazme cuerpo que sigue.
Hazme barro que no resiste las manos del Alfarero.
Padre,
que tu voluntad sea más dulce que mis planes.
Que tu mirada me empuje a salir de lo conocido.
Que tu amor me arranque de toda demora.
Jesús,Tú que dijiste “sí” al huerto,
cuando la copa dolía…
enséñame a no mirar hacia atrás.
Enséñame a obedecer sin tener todas las respuestas.
Enséñame a descansar en que si Tú vas delante,
Todo será redención.
Y si he de esperar,
que sea en tu Presencia.
Y si he de andar,
que sea en tu paso.
Y si he de caer,
que tu misericordia me levante
una y otra vez.
Aquí estoy,
pequeño, frágil, dispuesto.
No me detengas,
porque tu Voz ha hablado.
Amén.