No Solo Asistas, Entra
La gloria de Dios no busca asistentes, sino adoradores hambrientos de Su presencia
“Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
—Mateo 18:20, NVI
Hay una diferencia sutil, pero eterna, entre “ir a la iglesia” y “entrar en la presencia”. Lo primero puede volverse rutina. Lo segundo es rendición. Cada domingo, miles de personas cruzan puertas, pero no todos cruzan umbrales. No todos entran al misterio.
Dios no nos invita a eventos… nos llama a encuentros. No busca asistentes puntuales… sino adoradores expectantes. Y aunque la gloria puede manifestarse en un templo, no todos la perciben. Porque la gloria no se detecta con los ojos, sino con el alma. No responde a programas, sino a corazones abiertos.
Las reuniones de la Iglesia no son “performances” (actuaciones). Son altares. Lugares donde el Dios eterno decide habitar entre nosotros. Y cuando entramos con hambre —no con prisa ni apatía— algo sagrado ocurre. Las canciones dejan de ser melodías y se vuelven incienso. Las palabras del predicador se convierten en pan partido. Las oraciones colectivas se transforman en un susurro trinitario que nos envuelve.
Pero cuando asistimos sin atención, cuando llegamos tarde sin hambre, cuando solo ocupamos un asiento sin entregarnos… entonces nos volvemos observadores del misterio, en vez de participantes del milagro.
El autor de Hebreos lo dijo con claridad: “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacer algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.” (Hebreos 10:25, NVI). ¿Por qué? Porque el cuerpo no solo necesita presencia física… necesita llamas encendidas. La Iglesia no es un lugar al que se va. Es una realidad que se habita. Es un cuerpo que arde cuando cada miembro se enciende.
Y hay más: cuando la comunidad se reúne, no solo cantamos. Proclamamos. No solo escuchamos. Comulgamos. No solo asistimos. Participamos del altar vivo donde el cielo y la tierra se rozan. La gloria de Dios —esa palabra que hemos hecho intangible— es la manifestación de Su carácter: poder, misericordia, justicia, ternura, presencia. Cuando se manifiesta, no hay espectáculo. Hay temblor. Hay gozo. Hay silencio que habla y fuego que limpia.
¿Y tú?
¿Has entrado… o solo has asistido?
¿Vienes al servicio como a un compromiso… o como a un altar?
¿Buscas la presencia… o te conformas con el ambiente?
Ven hambriento. Llega temprano. Ríndete sin distracción. No seas visitante en la casa de tu Padre. Sé parte del cuerpo que lo espera. Sé piedra viva en el templo que Él habita. Porque cuando dos o tres entran con fe, Él no solo se hace presente… Él se hace palpable.
Oración contemplativa:
Señor,
No quiero ser un espectador en tu casa.
Hazme adorador en espíritu y verdad.
Cuando mi comunidad se reúne,
que mi alma no se distraiga,
que mis labios no canten por cantar,
que mis oídos estén atentos,
y que mi espíritu se postre ante Ti.
Haz de nuestro encuentro un altar.
Y que Tu gloria no pase de largo,
sino que repose, transforme y encienda.
Amén.