El principio central de la fe cristiana es la creencia en la salvación a través de Jesucristo. Esta salvación depende de la convicción de que Cristo no sólo murió como rescate por los pecados de la humanidad, sino que también resucitó de entre los muertos al tercer día. Esto representa el evangelio que la fe cristiana abraza y comparte. Afirmar que Cristo murió por la humanidad implica reconocer que llevó la pena que la humanidad estaba destinada a afrontar a causa del pecado.
El término “vicario” denota actuar como sustituto. En términos teológicos, significa que Cristo asumió el pecado y el sufrimiento de la humanidad. La creencia cristiana en la expiación de Cristo por los pecados del mundo es central en la teología cristiana. Además, el sufrimiento vicario de Cristo en la Cruz encarna los roles de profeta, sacerdote y rey, como postuló Calvino.
Jesús es considerado profeta porque revela un reino futuro caracterizado por la perfección sostenida por él. En este ámbito ejercerá dominio absoluto y perfecto sobre todas las cosas. Como sacerdote, se presentó como el sacrificio perfecto, encarnando un amor incomparable y una obediencia impecable. Esto le permitió servir como único rescate para lograr la expiación por los pecados de la humanidad. Sólo él podría cumplir los requisitos para eliminar el pecado, sus consecuencias y su impacto en la vida de quienes creen en su sacrificio redentor. Como rey, Cristo representa el triunfo definitivo sobre el mal y su poder e influencia sobre un mundo que, en última instancia, sufrirá una profunda transformación.
El sufrimiento vicario de Cristo impacta profundamente la vida de los creyentes cuando consideramos la realidad de la Trinidad. Jesucristo es el representante de la humanidad y la segunda persona de la Trinidad, el Hijo de Dios. No fue únicamente Jesús, el hombre, quien murió en la cruz; Fue el Hijo de Dios quien se ofreció a sí mismo en rescate. Esta dualidad vuelve inmaculado el sacrificio vicario. El hecho de que un ser divino sirviera como representante en nombre de su creación confiere un significado extraordinario a este sacrificio, y su poder se realiza plenamente mediante la resurrección.
Otro aspecto crucial de la teología cristiana que proporciona coherencia y significado al evangelio es la resurrección de Jesús. En palabras del apóstol Pablo:
y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también vuestra fe. 1 Corintios 15:14 (LBLA)
La solidez del evangelio cristiano descansa en la resurrección de Cristo. Por tanto, sin la resurrección de Cristo, el acto vicario que tuvo lugar en la cruz perdería su significado, solidez y validez.
La centralidad de la expiación vicaria es importante para la fe de millones de personas que creen en el evangelio. Hace que la fe de los creyentes en todo el mundo sea más relevante, ya que el sufrimiento vicario es el medio por el cual no sólo se obtiene sino que también se garantiza su salvación. La Biblia establece claramente que la realidad de la resurrección de Jesús respalda el evangelio en el que creen los cristianos.
La resurrección de Jesús sirve como piedra angular de la verdad del evangelio sostenido y predicado por la Iglesia cristiana, distinguiéndole de otros grupos, doctrinas y filosofías religiosas. La resurrección del Hijo válida la expiación vicaria. En contraste, la resurrección de Cristo da testimonio del papel del Padre, realizado mediante el poder del Espíritu Santo, al lograr la resurrección. La realidad del acto en el que la segunda persona de la Trinidad sirvió como vicario y sufrió el precio del pecado adquiere validez mediante una confirmación divina y sobrenatural, como fue y sigue siendo la resurrección. Ningún otro sistema religioso, creencia o filosofía afirma que el objeto de su adoración haya resucitado de la muerte. El significado de lo que se ha articulado aquí es que aquellos que creen en el evangelio cristiano obtienen seguridad, su fe se fortalece y se genera en sus corazones un profundo sentido de gratitud, que culmina en el deseo de obedecer a Dios y servirle.