¿Cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido?
—Hechos 2:8 (LBLA)
Abrazar la quietud no significa abrazar el estancamiento. Según el diccionario, la quietud representa un estado de paz y libertad frente a la agitación, mientras que el estancamiento indica una falta de actividad. Dios nos llama a llevar una vida llena de actividad significativa y a buscar un estado de tranquilidad que nos permita sintonizarnos y escuchar su voz. Es una invitación a encontrar la paz en medio del ajetreo y a conectarnos con su guía divina. Nos conectamos con su guía a través de la oración y la contemplación de las Escrituras. Son las dos herramientas que nos ha dado como muestra de su gran y profundo amor por nosotros.
Todos podemos estar de acuerdo en que la vida es un viaje que emprendemos durante nuestro tiempo aquí en la Tierra. Sin embargo, tenemos un destino al que aspirar. Al final, todos nos enfrentamos a la realidad de la muerte, y nuestro viaje espiritual continúa incluso más allá de nuestro tiempo aquí en la Tierra. Este destino espiritual puede ser la alegría sin fin e ilimitada de estar en la presencia de Dios por la toda eternidad o la angustia y el tormento interminables que experimentan aquellos que están separados de Él. Nuestra respuesta a la salvación que Dios nos ofrece, en Cristo, mientras aún estamos vivos en la Tierra determina este destino espiritual.
Abrazar el cristianismo es aceptar la gracia salvadora de Dios. Esta decisión transforma profundamente nuestras vidas y nuestro caminar en la Tierra. Nos inspira a vivir con un propósito renovado, guiando nuestras acciones y decisiones con amor, compasión y fe. Esta transformación conduce a una profunda paz interior (porque nuestros pecados han sido perdonados por completo), una conexión más fuerte con los demás (ahora disfrutamos de una comunidad) y una comprensión profunda de nuestro lugar en el mundo (somos extranjeros y peregrinos). Nuestra trayectoria y movimiento deben reflejar la transformación que el evangelio, la gracia de Dios, y las Escrituras producen.
Al abrirnos a la presencia poderosa y reconfortante del Espíritu Santo, Dios nos recuerda gentilmente su amor inquebrantable por nosotros: “Te veo, te amo”. Abracemos esta seguridad divina y respondamos con un corazón lleno de gratitud y «positividad», alineando nuestro rumbo con el amor y la gracia de Dios. Debe haber una respuesta en nosotros que provoque una trayectoria segura, sólida, y firme.
Pensamos en Hechos capítulo 2 cuando hablamos de un derramamiento asombroso y poderoso del Espíritu Santo. En Hechos capítulo 2, leemos acerca de un evento extraordinario. Este evento es lo que se conoce como el derramamiento del Espíritu Santo, y con él, el inicio de la Iglesia. En lugar de solamente hablar en lenguas, los discípulos de Cristo experimentaron un profundo avivamiento por medio del Espíritu Santo. Esta revitalización les proporcionó la capacidad de hablar en una amplia gama de idiomas conocidos, trascendiendo las barreras lingüísticas a las que se enfrentaban. Jesús les había prometido que recibirían un poder sobrenatural para ser testigos (Hch. 1:8). Es verdaderamente notable observar la influencia transformadora del Espíritu Santo, ya que permitió a los discípulos comunicarse eficazmente en diversos idiomas, demostrando de manera convincente el extraordinario poder de Dios en acción. Un poder que es divino y sobrenatural.
En el capítulo 2 de Hechos, el milagroso acontecimiento de hablar en otras lenguas no se trata solo de la capacidad de hablar, sino también del profundo acto de escuchar y entender genuinamente a los demás en su propia lengua. Es decir, el verdadero milagro no es hablar en otros idiomas, sino el hecho de que cientos de miles de personas escucharon el evangelio en su propio idioma. Este es el verdadero milagro de Hechos capítulo dos.
A veces, cuando servimos a Dios, tendemos a confiar en nuestra capacidad natural para hacer algo. Pero Dios no se impresiona con nuestro desempeño, sino con nuestra entrega y obediencia totales. Hemos aceptado la idea de que avivamiento significa que nuestras habilidades y capacidades se mejoran de manera sobrenatural. En realidad, no se trata de nuestra capacidad para hacer ministerio; se trata de reconocer nuestra necesidad de la compasión de Cristo para servir tanto con un corazón puro, como con el propósito correcto y apropiado. El Espíritu Santo nos recuerda gentilmente: “Ustedes necesitan mi gracia y misericordia para hacer lo que yo los he llamado y designado para hacer”.
En el capítulo 1 de Hechos, Jesús profetizó a sus discípulos, enfatizando la importancia de recibir la gracia divina, llevarla y compartirla activamente con los demás. Esto significa el papel de los discípulos como conductos de la gracia de Dios, difundiendo amor, compasión y perdón a quienes los rodean. También nosotros hemos recibido un papel y un nombramiento. Esta palabra profética no concluyó con los once discípulos de Jesús durante su ministerio terrenal; también fue declarada sobre nosotros. Esta palabra profética resalta la directiva divina y la responsabilidad asignada a todos y cada uno de los creyentes, subrayando la importancia de aceptar y cumplir de todo corazón esta sagrada obligación. Cristo no nos sugirió que fuéramos testigos e hiciéramos discípulos, nos lo ordeno.
Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración.
—Hechos 2:42 (LBLA)
La palabra “dedicaban” en Hechos 2:42 proviene de la palabra griega proskartereō. El prefijo “pros” es significativo porque cuando una palabra en griego comienza con “pros”, está indicando el concepto o la idea de “avanzar hacia delante” o “enfrentar (cara a cara)”. Este prefijo se usa comúnmente en varias palabras griegas, y comprender su significado puede brindar una valiosa perspectiva sobre el significado de la palabra y lo que se espera como resultado. Es decir, va a requerir que nosotros hagamos algo al respecto.
Estamos llamados a avanzar hacia una enseñanza y doctrina bíblica sólida. En nuestro caminar cristiano, se nos pide que dejemos de ser individualistas, que dejemos de enajenarnos, y de alejarnos de otros creyentes, y abrazar la enriquecedora experiencia de ser parte de una comunidad solidaria y conectada dentro del cuerpo de Cristo. Esta transformación nos permite encontrar apoyo, construir conexiones y lograr un crecimiento espiritual a medida que compartimos nuestra fe con otros y recibimos aliento y orientación a lo largo del camino en éste lado de la eternidad.
Pasar del aislamiento y la autosuficiencia a participar activamente y contribuir a una comunidad de creyentes con quienes adoramos regularmente, es la idea detrás del concepto de comunidad cristiana. Este cambio implica la presencia física y el cultivo intencional de vínculos espirituales y emocionales profundos y significativos con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Abarca el proceso de generar confianza, empatía y apoyo dentro de la experiencia colectiva de adoración, creando una red de relaciones interconectadas que enriquecen nuestras vidas y contribuyen a nuestro bienestar general. “El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos”, dijo Jesús a sus discípulos y a nosotros en Juan 13:35 (NTV).
En el texto «dedicarse» significa perseverar de manera comprometida en alguna actividad o causa hasta el punto de la devoción. El texto nos dice que cuando estas personas conocieron a Jesús, se sintieron conmovidas por él. La gracia de Cristo los deshizo de tal manera que cambió su forma de vivir. Afectó cada momento de cada día. Dejaron de ser homogéneos y comenzaron a dar la bienvenida a otras personas. Este es el verdadero avivamiento. El verdadero avivamiento no consiste en celebrar reuniones multitudinarias en estadios durante días seguidos (aunque puede ocurrir); no se trata de una demostración extravagante de alabanza y adoración (aunque pueden estar involucradas), ni se trata de manifestaciones físicas sobrenaturales y, a veces, incómodas. El verdadero avivamiento consiste en que nuestras vidas sean tocadas, transformadas y alineadas con la verdad, los valores y la moral bíblicas. El verdadero avivamiento consiste en una vida caracterizada por una obediencia genuina; consiste en responder al toque de Dios de tal manera que la trayectoria de nuestras vidas se transforme por completo, y este cambio sea evidente en la forma en que pensamos y actuamos. El verdadera avivamiento consiste en que nuestras vidas sean transformadas por el evangelio.
El avivamiento es un llamado a la acción que exige una respuesta rápida y sincera de cada uno de nosotros. Cuando abrimos nuestro corazón a la presencia de Dios, su poder divino obrará a través de nosotros, iniciando una transformación profunda en nuestras vidas, familias y comunidades. En última instancia, este cambio tendrá un efecto dominó, alcanzando e impactando vidas con el profundo mensaje de esperanza y redención que se encuentra en el evangelio de Jesucristo. Debemos aceptar de todo corazón la guía del Espíritu Santo como la clave esencial para vivir una vida plena y con propósito. Debemos recorrer con alegría el camino iluminado por el Espíritu Santo, que contiene la sabiduría y la dirección que necesitamos. El Espíritu Santo es nuestro guía, haríamos bien en seguirle sin cuestionarle en lo absoluto, cuan diferentes serían nuestras vidas si realmente le diéramos a él el control absoluto de cada área.
Los que conocieron a Cristo fueron transformados completa y radicalmente por la gracia de Dios. Por eso, no se avergonzaron de su fe ni de hablar del único y verdadero camino al Padre. Predicaron y proclamaron el Evangelio de Jesucristo sin temor y con pasión, abogando por la verdad de Dios y los valores morales establecidos por él, incluso frente a la dura segregación y la hostilidad vehemente de su sociedad ante la verdad eterna. Hechos 6:39-41 revela que estaban dispuestos a soportar la deshonra de su sociedad con tal de proclamar sin temor la verdad de Dios, que se oponía directamente a las creencias y a la cosmovisión predominantes de su tiempo. Lamentablemente, en la actualidad, no estamos dispuestos a enfrentar la oposición o la segregación por hablar en contra del pecado y del estilo de vida pecaminoso que proviene del abismo del infierno y que se esta volviendo predominante en el mundo. Queremos “ser parte” de nuestra sociedad; queremos integrarnos sin problemas sin tener que decir abiertamente aquello en lo que decimos creer. No queremos que nuestra sociedad nos discrimine por decir la verdad, una verdad que va en contra de lo que este mundo ha aceptado y normalizado como correcto, pero que en realidad va en contra de la verdad, los valores y la moralidad establecidos, avalados y bendecidos por Dios.
La Escritura nos dice que:
Ellos aceptaron su consejo, y después de llamar a los apóstoles, los azotaron y les ordenaron que no hablaran en el nombre de Jesús y los soltaron. Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre. —Hechos 5:40-41
A lo largo de la historia, las estructuras fundamentales de la sociedad han persistido. Durante el Nuevo Testamento, la cosmovisión predominante se caracterizaba por una comprensión no regenerada de lo correcto y lo incorrecto. Esta perspectiva influyó en las normas y valores de esa época, dando forma al tejido social de maneras significativas. A lo largo de la historia, la sociedad ha experimentado cambios significativos, normalizando comportamientos y estilos de vida que alguna vez se consideraron inusuales, antinaturales e inequívocamente incorrectos. A pesar de los avances tecnológicos, la naturaleza fundamental del corazón humano se ha mantenido constante, aunque transformada por la evolución de las normas y valores sociales. La Biblia nos dice que “era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era solo hacer siempre el mal.” (Gn. 6:5, LBLA). No debería sorprendernos que a medida que pasa el tiempo, el mal aumentará. La verdad, los valores y la moral bíblicas no solo serán profanados sino también perseguidos. Se nos dice en las Escrituras, “Pero los hombres malos e impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados.” (2 Tim. 3:13, LBLA)
Lamentablemente, los cristianos hemos llegado a un acuerdo, si no de voz de facto, con los pensamientos malvados y pecaminosos que han moldeado (y siguen moldeando) la forma en que la sociedad actual concibe los valores, la moral y los estilos de vida. Expresamos nuestro acuerdo con nuestro silencio. En este mundo roto y pecaminoso, Satanás tiene el dominio, tentando con ofertas que se oponen directamente a la verdad, los valores y la moral bíblicas. A menudo dudamos en hablar públicamente en contra de conductas que la Biblia describe como pecaminosas e inmorales debido al temor de ser estigmatizados por la sociedad. Nos interesa e influye más el “que dirán”, y el quedar bien con nuestros amigos no creyentes que alzar la voz públicamente y defender la verdad de Dios. Nos preocupa que nos etiqueten de individuos regresivos, obstinados o intolerantes que no pueden aceptar la amplia gama de estilos de vida que las personas eligen adoptar en el mundo moderno. Esta preocupación surge del temor de ser vistos como defensores de una cosmovisión arcaica que no reconoce la autonomía de los individuos para definir sus propias identidades. Es tal nuestra necesidad de ser y parecer «relevantes» que hemos comenzado a justificar “teológicamente” el pecado argumentando que el contexto histórico-social de la época en la que la Biblia fue escrita es completamente diferente al contexto actual. Nos hemos hecho sabios en nuestro propio conocimiento. Queremos que la Palabra Viva y Eterna de Dios se amolde y acople a nuestro contexto histórico-social en lugar de ser nosotros quienes nos sometamos, amoldemos, y acoplemos a la Palabra de Dios.
Durante la época del Nuevo Testamento, quienes se identificaban como creyentes enfrentaban una persecución severa y violencia física como resultado de su inquebrantable dedicación a defender la verdad, el evangelio y expresar su oposición a las conductas y estilos de vida pecaminosos. Su postura valiente frente a la adversidad resalta los tremendos desafíos que enfrentaron mientras difundían el mensaje del evangelio. Hoy, el mensaje se ha difundido ampliamente en todo el mundo y continúa haciéndolo. Sin embargo, todavía somos reacios a que se nos identifique como defensores de Cristo y su evangelio y a hablar la verdad a pesar de las posibles repercusiones. Queremos ser relevantes y estamos ansiosos por integrarnos, pero ¿vale la pena sacrificar y negar públicamente la verdad que decimos creer? ¿vale la pena hacerlo por un like mas, por un follow más, por ser influencers? Deberíamos dejar que el Espíritu Santo y las Escrituras nos influencien a nosotros primero, para en consecuencia influenciar a los demás con la verdad.
Sólo cuando permitimos que el Espíritu Santo actúe en nosotros y le permitimos que nos transforme por completo, experimentaremos un verdadero avivamiento. Una vez que seamos encendidos por el fuego auténtico del avivamiento y experimentemos una transformación profunda en nuestras vidas, no sólo seremos testigos de señales y prodigios extraordinarias que ocurrirán en medio nuestro, sino que, lo más importante, seremos capacitados para proclamar sin miedo la verdad y desenmascarar el pecado y los estilos de vida engañosos por lo que realmente son: ilusiones engañosas.
Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales eran hechas por los apóstoles. —Hechos 2:43 (LBLA)