La historia no termina aquí. Aunque hemos hablado del dolor, del proceso, y de la sanidad que Dios obra en lo secreto, falta aún lo más glorioso: la esperanza del porvenir. No como evasión del presente, sino como su mayor ancla. Este último tramo del camino nos recuerda que, aunque sigamos heridos, sostenidos, y en proceso, hay una gloria en camino. Y eso lo cambia todo.
Lo que mis heridas aprendieron a decir
He aprendido a mirar mis cicatrices sin vergüenza. No como trofeos, pero tampoco como cadenas. Son testigos. Son recuerdos redimidos. Son páginas donde la gracia escribió lo que yo jamás habría imaginado.
“Pero después que ustedes hayan sufrido por un poco de tiempo, Dios los hará perfectos, firmes, fuertes y seguros. Es el mismo Dios que en su gran amor nos ha llamado a tener parte en su gloria eterna en unión con Jesucristo.”
—1 Pedro 5:10 (DHH)
Cada herida que alguna vez me debilitó, ahora habla de Su fidelidad. De su ternura en medio del quebranto. De cómo Dios, sin quitarme del fuego de inmediato, me enseñó a reconocerlo en medio de las llamas.
Si tengo algo que ofrecer al mundo, es esto: una historia tocada por el Dios que no huye del dolor humano, sino que lo transforma desde dentro.
Viviendo desde la promesa del porvenir
Pensar en la gloria venidera me da esperanza aquí en la tierra. No como una distracción piadosa, sino como una forma de volver a poner todo en perspectiva. Me recuerda que este mundo, por más belleza que contenga, sigue roto. Que la enfermedad, el llanto, la injusticia, y la muerte siguen presentes. Pero no son eternos.
“La creación espera con gran impaciencia el momento en que Dios muestre al mundo quiénes son verdaderamente sus hijos… Con esa esperanza fuimos salvados.”
—Romanos 8:19,24a (DHH)
Yo espero una tierra nueva. Espero cielos renovados. Espero el regreso de Aquel que me encontró en mi quebranto y prometió restaurar no solo mi vida, sino toda la creación. Cristo no vendrá a empezar de nuevo, sino a cumplir lo que ya comenzó. Y esa esperanza es mi sustento diario.
Vendrá un día —lo creo con todo mi ser— en que ya no habrá dolor, ni más llanto, ni enfermedad. Donde lo torcido será enderezado. Donde la justicia no será una aspiración, sino una realidad que respiremos. Donde Él reinará, y yo me arrodillaré no como un forastero, sino como un hijo que vuelve a casa.
Una historia inconclusa, una gloria que se acerca
Esta historia, la mía, la tuya, no está terminada. Pero ya ha sido reclamada por la gracia. Ya ha sido tocada por una mano eterna. Y aunque aún hay páginas por escribir, sé con certeza quién será el que sostenga la pluma hasta el final.
De mis heridas ha brotado adoración.
De mi quebranto, un corazón sensible.
De mi proceso, una fe más profunda.
Y de mi esperanza, una canción silenciosa que susurra cada mañana:
“Maranata… ven, Señor Jesús.”
No sé todo lo que me espera. Pero sé quién me espera. Y con eso basta.
Cierre de la serie
Este es el cierre de esta serie, pero no el cierre de la historia. De Heridas a Maravillas no es un título poético: es una realidad espiritual. Es lo que Dios ha comenzado en mí, y lo que puede comenzar en cualquiera que se atreva a rendir su historia en sus manos.
Gracias por acompañarme en este recorrido.
Nos seguimos encontrando… entre la herida y la maravilla,
entre la tierra y el cielo,
entre el ahora… y la gloria que se acerca.