Vestidos de Obediencia
La obediencia no es una regla, es una respuesta de amor ante la santidad que nos ha visitado
“Pero ustedes no son así, porque son un pueblo elegido. Son sacerdotes del Rey, una nación santa, posesión exclusiva de Dios…”
—1 Pedro 2:9, NTV
Hay una prenda que no se ve, pero se siente. No es de lino fino, ni bordada con nombres tribales como en los días de Aarón. Es la vestidura interior de los que han sido llamados a vivir cerca del Dios que quema sin consumir: la obediencia.
No es popular hablar de obediencia. Suena a rigidez, a listas, a religión sin alma. Pero en las Escrituras, la obediencia no nace del miedo, sino del asombro. Es la respuesta natural de quienes han sido alcanzados por la santidad. Es la forma visible del amor invisible. Es el sí que pronunciamos cuando la gloria de Dios nos ha tocado… y ya no podemos vivir igual.
Los sacerdotes en el Antiguo Testamento llevaban nombres sobre sus hombros (Éxodo 28:12) y piedras sobre el pecho (v.21) como señal de que representaban a otros delante de Dios. Pero también llevaban una inscripción sobre la frente: “Santidad al Señor” (v.36). No era solo una marca litúrgica, era una declaración constante. Como si Dios dijera: “Aquel que se acerque a mí, debe reflejarme a mí”.
Hoy ya no necesitamos vestiduras físicas. Cristo nos ha revestido con Su gracia. Pero el llamado sigue vigente. Somos real sacerdocio. No para vivir como nos plazca, sino como quienes portan el peso sagrado de Su presencia.
La obediencia no se trata de hacerlo todo perfecto. Se trata de escuchar con ternura, de responder con humildad, de caminar con integridad. Se trata de no trivializar Su voz. De no negociar lo que Él ya dejó claro. De no quedarnos en la intención cuando el Espíritu ya ha hablado con convicción.
En Levítico 10, Nadab y Abiú ofrecieron algo no autorizado. No fue por ignorancia, sino por irreverencia. Y Dios respondió con fuego. ¿Duro? Tal vez. Pero fue un acto de justicia santa. Porque Dios no busca fuegos encendidos por el ego. Él busca llamas encendidas por Su altar.
¿Y tú?
¿Hay instrucciones divinas que has pospuesto?
¿Hay áreas donde prefieres tu lógica antes que Su palabra?
¿Has convertido Su voz en opción… o en mandato amoroso?
La obediencia es el lenguaje de los que han sido tocados por el fuego. No se trata de religiosidad. Se trata de lealtad. De llevar Su nombre no solo en los labios, sino en la forma en que hablamos, trabajamos, amamos, pensamos, reaccionamos.
Oración contemplativa:
Señor,
No quiero obedecer por temor,
sino porque tu santidad me ha abrazado.
Enséñame a vivir como sacerdote en lo secreto,
a reflejarte cuando nadie mira,
a responder a tu voz con prontitud y gozo.
Si me he desviado, tráeme de vuelta.
Si me he enfriado, reaviva mi fuego.
Haz de mi obediencia una ofrenda viva,
y de mi vida, una proclamación silenciosa de tu gloria.
Amén.